Leyenda del
piquillín
Cuenta la leyenda que en un
lejano paraje de la Patagonia vivía un viejo indio tehuelche, criancero por
toda la vida de chivos y ovejas, buen hacedor de lazos y sogas con tiento de
cuero crudo...
Que, reclinado en su asiento de blancos huesos
trabados, sujetados por ese mismo tiento, miraba pasar la vida día tras día...
Que, a pesar de su centenaria existencia,
conservaba aún la fuerza de sus años de juventud, lo que le permitía carnear,
hachar leña, lidiar con algún bicho maligno que se acercaba por el lugar y
agasajar con un buen asado al viajero que muy de tanto en tanto pasaba por su
rancho...
Que una tarde su rostro, surcado por mil
arrugas, comenzó lentamente a empalidecer, mientras su cuerpo encorvado caía
poco a poco hacia adelante, como pidiéndole permiso a la tierra para posarse
sobre ella.
Que al caer su cuerpo sobre el cuchillo de
trabajo, dicen que se hizo un corte en un brazo, y que la sangre que manaba se
fue internando en el monte de jarillas y chañares que rodeaban el rancho...
Que al poco tiempo nació en ese lugar bañado por la
sangre del anciano, una planta vigorosa, fuerte, curtida contra el frío y el
viento patagónicos. Que esa planta es la que hoy se conoce con el nombre de
"piquillín".
Que su fruto, rojo como esa sangre y dulce
como la ingenua filosofía del indio, sirvió de alimento a los arrieros y
viajantes que recorrían la meseta, mientras que sus leños les proveían de
hospitalaria calidez...
Fuente :Folclore, solo folclore.
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