miércoles, 28 de septiembre de 2022

Marìa Julia Druille



Observatorio doméstico
 
Cuando Alicia salió de su habitación serían las ocho. Brisa, su hija, estaba dando vueltas por la casa desde hacía rato. En realidad ni siquiera sabía si había dormido.
 
La cuarentena había quebrado la rutina familiar, era un hecho.  Por suerte su marido ya había empezado a trabajar en la empresa y se levantaba muy temprano. A las seis y media tenía que estar en la oficina.
 
Pero Brisa deambulaba día y noche, hablaba con sus amigos, preparaba tareas, filmaba videos, malcriaba al gato, miraba por la tele las fotos de su cumpleaños, dejaba aquí y allá pedacitos de sánguches, vasos con gaseosa y chocolate mordisqueado.
 
Alicia salió sin peinarse y en pijama a prender la cafetera. En un rato empezaba su clase y tendría que apurarse.
 
Sintió como un susurro con su nombre detrás de la pila de platos sucios.  No estaba segura, tal vez eran los ruidos del cuarto de Brisa que llegaban así, lejanos.  Un silencio y otra vez escuchó Alicia, Alicia.
 
Recordó ahí el sueño, que se le estaba borrando, pero hizo un esfuerzo para retener.  Había sido tan claro, tan luminoso .
 
En el sueño se veía el Aconcagua. Lejano se veía, pero imponente, con sus picos nevados. En el sueño sólo ella  con su hermana, estaban alegres y brindaban.
 
Miraban con un catalejo desde Ensenada. No entendía por qué ese lugar, pero en el sueño sabía que era allí. Les parecía raro porque nunca podía suceder eso, estaban a cientos de kilómetros, pero era el Aconcagua, con el catalejo se veía hasta allá. Pensaron que tal vez porque el cielo en cuarentena era más diáfano… y ellas chochas seguían brindando y veían toda la Cordillera de Los Andes.
 
Pensó que el sueño con esa claridad era el reverso de tanta cosa confusa y complicada ahora en su vida y en el mundo. El sueño le mostraba el disfrute que ahora la realidad le negaba.
 
Preparó el café y las tostadas y cuando las llevaba para la mesa volvió a escuchar: Alicia, Alicia. ¿Dónde está Brisa?
 
La bandeja  estuvo a punto de caerse. Sentía una mezcla rara en su cabeza, restos del sueño que le daba vueltas, la clase a medio preparar, las notas  que pasar a sus alumnos y ahora esa voz.
 
No ando bien, duermo pero no descanso.  Voy a pedir un turno con el médico.
 
Pero la voz se escuchó otra vez, en medio del cacharrerío de cosas sin lavar.  Alicia divisó un celular. Desde ahí venía la voz. Alicia, dónde está Brisa.
 
¿Quién sos?  ¿Cuánto hace que estás esperando? ¿Qué pasó?
 
Nada, estaba hablando con Brisa, ya hace rato que me dejó acá y se fue…
 
Pero Brisa está en la compu, ¿por qué no cortó?
 
Sí, me dijo que la esperara, que tenía que mandar algo, pero ya pasó bastante tiempo, no sé.
 
Alicia abrió la puerta del cuarto y la encandilaron las luces de colores que giraban incesantes y daban a todo el recinto una idea de night club doméstico. Sonaba una canción demasiado alto  y  en la imagen de la notebook un grupo de chicos que hablaba por zoom, al divisarla, la saludaron.
 
 Respondió rápido con un hola tratando sin suerte  de arreglarse el cabello, cada vez más desbaratado. Le preguntaron por Brisa. No supo responder. Estaba aquí y se fue porque dijo que en la tablet tenía que responder algo en un meet del colegio, le aclararon los de la pantalla.
 
Cerró la puerta. No daba más. Esto es infernal. A esta hora y la casa llena de gente.
 
Llamó a los gritos a Brisa que estaba sentada en el piso, en un rincón del living, acariciando al gato y de la tablet,  muteada y con su foto fija, salía la voz de la profesora de Matemática que explicaba tema nuevo.
 
Con este aquelarre me olvidé de mi café, lo tomo y a la ducha que en quince comienzo la clase, pensó Alicia, pero en la cocina el celular susurraba su nombre y el chico la seguía sin perderse detalle de  cómo tomaba el desayuno. 
 
Llegó al baño y suspiró aliviada. Por fin, intimidad. Se estudió la cara en el espejo. Se veía demacrada. Un agotamiento la invadía, se daba cuenta. Necesitaba volver a yoga o a pilates. Tal vez empezara con alguna profesora por Internet, pero en realidad lo que le gustaba era hacer yoga en la plaza.
 
Se sentó en el borde de la bañera. Comenzó a desvestirse de a poco.  Tiró cada prenda en el canasto que llevaría al lavadero, más tarde, cuando terminara la clase.
 
Cuando terminó de sacarse el corpiño creyó oír una tos, lejos. Qué extraño pensó. No es la tos de Brisa, parece de un varón.
 
Abrió la ducha. Empezó a jabonarse. Y una voz a través del chorro de agua la distrajo. No quiso pensar. Estaba exhausta. Se enjabonó.  Se lavó el cabello. Al terminar buscó un toallón limpio en el estante y fue ahí que lo vio.
 
No dejaba de disculparse, que no había mirado, que se había tapado los ojos durante el baño, que no había sido su  intención. Y seguían las excusas desde la voz de un celular viejo de su marido, que Brisa rara vez usaba, cuando el suyo no le funcionaba. Ahí estaba la voz y la cara del adolescente todo colorado, con la mirada culposa.
 
Alicia no escuchó más, tiró el celular al inodoro y apretó el botón.
Solo pensó en que tenía que escapar.  Del apuro, dejó la puerta abierta.
 
La encontraron en el Parque Centenario, sin documentos y en bata de baño.  Balbuceaba incoherencias.  Algo así como  que se iba al Aconcagua, con su hermana. Eso sí, que tenía la boca seca, sólo un sorbo, eh, que ya en Mendoza  se daría el gusto de andar por las bodegas , pidió que le dejasen enjuagar la boca con un poco de vino.
 
Poeta, escritora.
Buenos Aires.
Publicò:  Porque habitaste la palabra ; Un extraño se desliza por mi habitación Gramática del tangram ;Sobre rocinantes fieles a causas perdidas; Dispositivos del desencanto; En busca del despertar; haikus con imágenes de Julio César Giuliano; Diversión en la laguna (libro de limericks para niños) con dos CD con los poemas musicalizados ;Cicatrices del viento Jeremías. El arco iris en los bolsillos; Hinojos salvajes; Memorias de un país invisible

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