Laura Cristinziani.
Mariposas
A veces regreso a Punilla y es todo distinto, veo cosas
que antes no, como el hospital dormido entre los cerros.
En el jolgorio de las vacaciones no miré su imagen
alejada de los caminos.
Supe que en un tiempo muy lejano venían los enfermos que
tenían la esperanza de curar sus pulmones, tan sólo respirando el aire de las
sierras, o descansando.
Miraban desde los
balcones y ventanales todo el valle que era inmenso y despoblado. Del dolor y
el abandono de los enfermos nada supe.
Hoy lo he visto como paisaje de un cuadro, de lejos anunciando
su congelada imagen.
Un tío de mi madre solía quedar allí internado durante
años, se llamaba Octavio.
Eran en los
sesenta, el salía del hospital y se iba a Clucellas con sus hermanos que lo
aislaba en una casilla de madera cerca de los galpones del aserradero donde
trabajaban.
Allí tosía a su antojo y no molestaba.
De una de las salidas del hospital trajo el aprendizaje
del tejido.
Hacía mariposas con un hilo muy fino, nunca contó quien
le había enseñado, tampoco hablaba demasiado de su vida en el hospital, lo
único que dijo fue que tenía miedo de dejar de respirar.
Que miraba el cielo al atardecer donde se veían más
estrellas que en ningún otro sitio.
Era bonachón y
pálido y nunca se quejaba de nada.
En diciembre nos visitaba casi siempre un domingo, traía
consigo su aguja y sus hilos y se sentaba en el patio esperando el almuerzo.
A la hora de la siesta fabricaba mariposas que nunca se
posaron en nuestra ropa, por miedo al contagio de una enfermedad que nadie
nombraba.
Las sobrinas lo recibían con cariño y le guardaban su
taza y sus platos envueltos en papel de diario en un rincón de la cómoda hasta
el año siguiente que él llegaba.
Nos dijeron que no nos acercáramos demasiado, pero un día
yo apreté sus manos que eran húmedas y nunca envejecían.
Creo que él entendió, porqué nuestro afecto fue siempre a
la distancia.
Tenía tres nombres muy largos, ellas le decía Octavio,
nosotros tío que era más corto y el nos sonreía.
Debajo de las glicinas en el resplandor del verano con su
palidez infinita y sus ojos hundidos, tejía sin mirar su trabajo que ya lo
sabía de memoria y era su imagen jamás olvidada: mariposas coloridas apoyadas
en el suelo.
El tío desprovisto de toda energía … al año siguiente
ya no regreso y no preguntamos cuando
vimos a mi madre con sus hermanas
llorando abrazadas bajo el alero de la galería.
Después pusieron su foto en blanco y negro asomado al
balcón del hospital de Punilla, atrás se
ven otros pacientes recostados en reposeras.
Nosotros que ya no éramos tan niños entendimos todo y
fuimos andar en bicicleta y a buscar mariposas a los baldíos.
Escritora.
Santa Fé (Argentina).
Publícó: La vida era esto (cuentos)
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