Varias generaciones de músicos latinoamericanos fueron
“absorbidos” por el afán de querer componer “música culta”, sin tener en
cuenta que solo estaban tratando de
imitar la música europea. Por mucho
tiempo (y aún sigue) las enseñanzas académicas pregonaron que la verdadera
música era Beethoven o Mozart. De esta manera la fuerza nativa se va destruyendo y quedan encubiertas las
expresiones musicales de una nación. Pero sin caer en un nacionalismo exagerado
y aislarnos de la música de otros países, si el autor siente verdaderamente su
tierra, creará una obra con fuerte raigambre nativa y se obtendrá un arte
nacional, pero con un mensaje universal.
La música latinoamericana, anterior a 1950, fue dominada
por cinco fuertes personalidades que contribuyeron a fortalecer a realzar el
prestigio de nuestra música en Europa y los EE.UU; ellos fueron: el brasilero
Heitor Villalobos, los argentinos Juan José Castro y Juan Carlos Paz, el mexicano Carlos Chávez y el chileno Domingo Santa Cruz.
Luego podemos delimitar una “generación” intermedia que
procuraba liberarse de la tutela de las anteriores y afrontar nuevas
situaciones: en éste período se distinguen cuatro tendencias en la música
latinoamericana, las que frecuentemente se combinan entre sí: el
atonalismo-neoclasicismo-romanticismo-nacionalismo .
La figura más relevante de ésta etapa es el argentino
Alberto Ginastera (muerto hace tres
años).
Estos nombres son una pequeña muestra, pero América
Latina tuvo grandes compositores musicales que luego emigraron hacia otros
países donde se les ofrecía mayores
ventajas. Todo ello produce un vacío hasta que los músicos latinoamericanos se
dan cuenta que acercándose entre ellos, aumentarían su radio de acción y
formando una conciencia hacia la música latinoamericana, formando un público
que pudiera escucharla y comprenderla, nuestra música ganaría un lugar merecido
en todo el mundo. Es así que se crea un movimiento interamericano;
comienzan a editarse libros, publicaciones, conferencias e institutosen diferentes
países, dedicados a ciertos aspectos de la actividad musical: como educación, etnomusicología, etc.
Comienza también en esa época a realizarse festivales,
siendo Montevideo, Buenos Aires, Río de Janeiro, La Habana los pioneros en esta
materia. También comienzan a ser frecuentes los encuentros de música
latinoamericana.
Todo ello lleva a la conclusión que los problemas de los
países de América Latina son comunes, y
surge un nuevo tipo de canción que denuncia las injusticias y pregona un
cambio. Dos clásicos, ilustran, esa canción
politizada y rebelde: Violeta Parra (chilena) y Atahualpa Yupanki (argentino).
No hay, un patrón único para la música latinoamericana.
Las diferencias de compartimiento nacional e individual
se oponen a un patrón único, pero si existe hoy en día, una conciencia común,
que a pesar de las diversas tendencias, hace que los músicos de esta parte del mundo sientan con la misma
agudeza y la misma comprensión las exigencias de una problemática que es igual
para todos.
Dice Leónidas Arnedo en su libro “Las raíces del canto en el folklore
argentino”: “La lucha por el rescate del patrimonio cultural es una parte muy
interesante dentro de la gran contienda que actualmente libran los pueblos
subdesarrollados (al referirse a las
fuerzas oscuras que operan para
deteriorar y deformar los bienes culturales y artísticos del pueblo)
contienda por la liberación nacional y social, de modo que las mejores
creaciones tienden en general a la concientización de quienes tienden acercarse a ella”
Hoy los jóvenes argentinos se ven encausados hacia sus raíces musicales
americanas, merced a la labor, creemos inteligente, de varios intérpretes y
compositores, de orígenes rockeros como:
León Gieco, Lito Vitales, Lucho Gonzales, Fito Paez, Gustavo Santaoalla y
otros, tratan de actuar – y lo están consiguiendo – a modo de puente entre esta
corriente musical eléctrica (oriunda de Inglaterra y EE:UU) y nuestras
bagualas, chayas, taquiraris, carnavalitos, chamamé, etc.
Con tal accionar llevado a cabo por dichos músicos, sin
querer, los que antes prácticamente desdeñaban lo nuestro, ahora comienzan a entender a
comprender y admirar la riqueza contenida en las expresiones musicales que
nacieron en nuestra tierra y en toda Latinoamérica. Por supuesto que los
nombrados anteriormente no son los únicos causantes de ésta nueva alternativa
para la juventud, también resulta importante los trabajos musicales de aquellos
que siendo jóvenes también estuvieron con la música de este continente,
abriendo nuevos rumbos en el folklore
americano, respetando siempre sus raíces; tenemos por ejemplo a Teresa Parodi, Tarrargo Ros, Raúl Carnota, Mariam Farias Gómez, Peteco Carabajal, etc.
En síntesis, resulta difícil revertir en poco ti
empo la situación de confusión, alineación e indiferencia
que atraviesa la juventud latinoamericana y con referencia a la música nativa, pero el camino ya se ha
iniciado y necesariamente se deberá
retornar a las fuentes, pues allí estará el futuro soberano de quienes beban de
ellas.
Lo expuesto no implica por supuesto pasar a otro extremo,
es decir aferrarse a una sola corriente
musical, pues no toda corriente foránea es mala. La música es un
lenguaje universal, como lo es la belleza, la honestidad, el amor y tanta virtudes que nacen con el hombre y se pierden
al insertarse el mismo en la sociedad cuando éste no condene en sí esos valores.
Este trabajo, es un aporte realizado por docentes de
nuestro medio. A ellos muchísimas gracias
Publicado
en Revista Literaria “Mapuche” – Año 5- Nº 16– Diciembre 1986.
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