viernes, 19 de septiembre de 2025

La realidad en nuestra música

 

Varias generaciones de músicos latinoamericanos fueron “absorbidos” por el afán de querer componer “música culta”, sin tener en cuenta  que solo estaban tratando de imitar la música europea.  Por mucho tiempo (y aún sigue) las enseñanzas académicas pregonaron que la verdadera música era Beethoven o Mozart. De esta manera la fuerza nativa  se va destruyendo y quedan encubiertas las expresiones musicales de una nación. Pero sin caer en un nacionalismo exagerado y aislarnos de la música de otros países, si el autor siente verdaderamente su tierra, creará una obra con fuerte raigambre nativa y se obtendrá un arte nacional, pero con un mensaje universal.
La música latinoamericana, anterior a 1950, fue dominada por cinco fuertes personalidades que contribuyeron a fortalecer a realzar el prestigio de nuestra música en Europa y los EE.UU; ellos fueron: el brasilero Heitor Villalobos, los argentinos  Juan José Castro y Juan Carlos Paz, el mexicano Carlos Chávez y el chileno Domingo Santa Cruz.
Luego podemos delimitar una “generación” intermedia que procuraba liberarse de la tutela de las anteriores y afrontar nuevas situaciones: en éste período se distinguen cuatro tendencias en la música latinoamericana, las que frecuentemente se combinan entre sí: el atonalismo-neoclasicismo-romanticismo-nacionalismo .
La figura más relevante de ésta etapa es el argentino Alberto Ginastera  (muerto hace tres años).
Estos nombres son una pequeña muestra, pero América Latina tuvo grandes compositores musicales que luego emigraron hacia otros países donde se les ofrecía  mayores ventajas. Todo ello produce un vacío hasta que los músicos latinoamericanos se dan cuenta que acercándose entre ellos, aumentarían su radio de acción y formando una conciencia hacia la música latinoamericana, formando un público que pudiera escucharla y comprenderla, nuestra música ganaría un lugar merecido en todo el mundo. Es así que se crea un movimiento interamericano; comienzan a editarse libros, publicaciones, conferencias e institutosen   diferentes   países, dedicados a ciertos aspectos de la actividad musical:  como educación, etnomusicología, etc.
Comienza también en esa época a realizarse festivales, siendo Montevideo, Buenos Aires, Río de Janeiro, La Habana los pioneros en esta materia. También comienzan a ser frecuentes los encuentros de música latinoamericana.
Todo ello lleva a la conclusión que los problemas de los países  de América Latina son comunes, y surge un nuevo tipo de canción que denuncia las injusticias y pregona un cambio. Dos clásicos, ilustran,  esa canción politizada y rebelde: Violeta Parra (chilena) y  Atahualpa Yupanki (argentino).
No hay, un patrón único para la música latinoamericana.
Las diferencias de compartimiento nacional e individual se oponen a un patrón único, pero si existe hoy en día, una conciencia común, que a pesar de las diversas tendencias, hace que los músicos de  esta parte del mundo sientan con la misma agudeza y la misma comprensión las exigencias de una problemática que es igual para todos.
Dice Leónidas Arnedo en su libro  “Las raíces del canto en el folklore argentino”: “La lucha por el rescate del patrimonio cultural es una parte muy interesante dentro de la gran contienda que actualmente libran los pueblos subdesarrollados  (al referirse a las fuerzas oscuras que operan para  deteriorar y deformar los bienes culturales y artísticos del pueblo) contienda por la liberación nacional y social, de modo que las mejores creaciones tienden en general a la concientización  de quienes tienden acercarse a  ella”
Hoy los jóvenes argentinos   se ven encausados hacia sus raíces musicales americanas, merced a la labor, creemos inteligente, de varios intérpretes y compositores, de orígenes rockeros  como: León Gieco, Lito Vitales, Lucho Gonzales, Fito Paez, Gustavo Santaoalla  y otros, tratan de actuar – y lo están consiguiendo – a modo de puente entre esta corriente musical eléctrica (oriunda de Inglaterra y EE:UU) y nuestras bagualas, chayas, taquiraris, carnavalitos, chamamé, etc.
Con tal accionar llevado a cabo por dichos músicos, sin querer, los que antes prácticamente desdeñaban lo  nuestro, ahora comienzan a entender a comprender y admirar la riqueza contenida en las expresiones musicales que nacieron en nuestra tierra y en toda Latinoamérica. Por supuesto que los nombrados anteriormente no son los únicos causantes de ésta nueva alternativa para la juventud, también resulta importante los trabajos musicales de aquellos que siendo jóvenes también estuvieron con la música de este continente, abriendo nuevos rumbos en el folklore  americano, respetando siempre sus raíces;  tenemos por ejemplo a Teresa Parodi, Tarrargo Ros, Raúl Carnota, Mariam Farias Gómez, Peteco Carabajal, etc.
En síntesis, resulta difícil revertir en poco ti
empo la situación de confusión, alineación e indiferencia que atraviesa la juventud latinoamericana y con referencia  a la música nativa, pero el camino ya se ha iniciado y necesariamente se  deberá retornar a las fuentes, pues allí estará el futuro soberano de quienes beban de ellas.
Lo expuesto no implica por supuesto pasar a otro extremo, es decir aferrarse a una sola corriente  musical, pues no toda corriente foránea es mala. La música es un lenguaje universal, como lo es la belleza, la honestidad, el amor y tanta  virtudes que nacen con el hombre y se pierden al insertarse el mismo en la sociedad cuando éste no condene en sí esos valores.
 
Este trabajo, es un aporte realizado por docentes de nuestro medio. A ellos muchísimas gracias
 
Publicado en Revista Literaria “Mapuche” – Año 5- Nº 16– Diciembre 1986.

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